No es intención de este blog entrar a fondo en la
política cotidiana, la que tiene como protagonista al sistema parlamentario y
sus actores habituales, partidos políticos, estamento judicial, miembros del
gobierno y organismos oficiales y un largo etcétera que incluye sus políticas y
decisiones a golpe de ley o decreto.
Sin embargo es obvio de que las decisiones de la
clase dirigente, y obviamente no solo cabe englobar en esta categoría a la
escogida mediante un mejorable sistema parlamentario de elección democrática,
sino también a los dirigentes de las oligarquias que inciden en el desarrollo
social, político y económico de este país, tienen un peso y una importancia que
acaba impactando en la realidad del día a día de todos, y se acaba traduciendo
en decisiones que inciden en nuestra vida cotidiana sin ningún lugar a dudas.
Es por ello que quisiera dejar claro algunas
opiniones al respecto. El estado español lleva soportando desde hace siglos la
actuación de unas clases dirigentes depredadoras, autenticas sanguijuelas
improductivas y parasitos que desde hace siglos tienen como único objetivo perpetuarse en
el control y el poder sobre su sufrido pueblo. Para ello no han reparado en
usar las leyes que ellos mismos promulgan siempre a su favor, no han dudado en
provocar enfrentamientos, guerras civiles y todo tipo de atropellos y
descaradas manipulaciones de la verdad. No es una exclusiva de España dichas
cuestiones, bien es cierto, aunque el nivel de inpunidad, desfachatez y falta
de vergüenza es difícilmente comparable a la de otros países de una ética en
donde el tramposo y el abusador no es objeto de admiración y condescendencia
como lo es aquí.
La política del actual gobierno que no hace más
que exacerbar y continuar lo construido por gobiernos anteriores de un teórico
signo distintivo, no es más que la actuación de un grupo de serviles servidores
y gestores a favor de unos intereses cuyo objetivo final es el empobrecimiento
de la mayoría de la población y el favorecer a unas elites que a modo de nuevos
señores feudales disfrazados de corporaciones y grandes empresas tomen todo el
poder sobre lo publico, el bien común y el control democrático.
Una obvia muestra de estas cuestiones son las
actuaciones de las corporaciones eléctricas y la cobertura legal que le ha dado
el actual gobierno, las medidas que gravan y obstruyen las energías limpias,
las subidas del precio de la luz debido al “supuesto” déficit tarifario y un
sin fin de medidas abusivas, tramposas, engañosas y maliciosas, a favor siempre de los
mismos intereses.
Esta es la reproducción de un articulo del Pais,
periódico por otro lado, que obviamente también defiende en última instancia
los intereses de esta casta depredadora, pero en la que podemos encontrar la
critica o la opinión valiente de algunos profesionales de la información que en
este medio o en otros aislados, son capaces de mantener el tan necesario
espíritu critico, independencia de criterio y la necesaria capacidad de
análisis y reflexión.
Otro diagnostico del problema eléctrico
El País, 15 de septiembre 2013
El sector de la energía, y especialmente el
eléctrico, adolece en casi todo el mundo de insuficiente competencia por su
carácter oligopolístico: (1) los precios no los determina solo el
mercado, sino que también dependen del poder económico y de la influencia que
un número reducido de empresas pueda ejercer sobre la Administración pública
que determine sus remuneraciones. Este proceso se manifiesta de forma acentuada
en España con el comportamiento durante la crisis del precio de la
electricidad, que se ha elevado desde 2006, según Eurostat, un 60% para los
consumidores industriales y un 88% para los domésticos, en contraste con
otros sectores como la alimentación o las telecomunicaciones en los que la
mayor competencia les ha forzado a reducirlos. Se ha llegado así en 2012 a una
situación (2) en la que el precio de la electricidad supera en España
la media de la UE-27 en un 32% para el consumo domestico y en un 21% para
el industrial.
No es por ello extraño que las empresas
energéticas españolas hayan estado y estén en el punto de mira de inversores
nacionales o extranjeros, atraídos por esa relativa facilidad para obtener
beneficios en España. De las cinco eléctricas de la patronal UNESA, tres han
pasado a ser propiedad de empresas extranjeras. Otro tanto ha sucedido con
dos de las tres grandes petroleras españolas. Los consumidores españoles han
incurrido además, sin ser conscientes de ello, en una deuda o “déficit
tarifario” de 27.000 millones de euros con las eléctricas, convertida en un
serio problema financiero que gravita sobre el riesgo país. Las
consecuencias de estos hechos son letales, tanto para las familias, que ven
reducida su renta disponible, como para la competitividad de la industria
española. Esta grave situación requiere un esfuerzo institucional para analizar
los mecanismos que permiten a las empresas eléctricas disfrutar de una mejor
vida económica a costa de empeorar la de los ciudadanos y empresas de este
país. Para ello, hay que recuperar la memoria que afortunadamente custodia las
causas del déficit tarifario, consecuencia de algunas de las reglas que rigen
el sistema eléctrico español.
El relato dominante, difundido por las cinco
eléctricas, debe ser depurado de numerosos inductores semánticos y de la
ingeniería contable regulatoria, que distorsionan un diagnostico acertado. Muchas
personas con conocimientos y experiencia del sector pensamos que en realidad no
existe un déficit tarifario eléctrico, sino un “superávit de retribuciones
reconocidas”. El desbalance final es el mismo, pero la consecuencia es que
no hay que aumentar las tarifas, sino reducir los ingresos a las centrales
hidroeléctricas y nucleares, que superan los que la regulación les reconoció
cuando realizaron sus inversiones. Además, hay un orden arbitrario en el reparto
de los ingresos por venta de electricidad. Primero se retribuye a las centrales
convencionales la energía producida y sus costes regulados, mientras que las
renovables se liquidan luego (absurda, pero interesadamente) junto con el
transporte y la distribución. Por eso una recaudación insuficiente genera un
déficit que, contablemente, aparece asociado a las renovables, aunque haya
sido producido por la sobrerretribución a hidroeléctricas y nucleares.
Tampoco es cierto que el precio de la
electricidad se establezca libremente en el mercado spot y que el Gobierno
solo actúe en los costes regulados de los peajes. En realidad, todas las
actividades están reguladas, empezando por la energía que no se paga al precio
del mercado spot, sino al precio —un 15% mas e1evado— de unas subastas
reguladas que fijan las tarifas de último recurso que pagan 22 millones de
hogares y que, indirectamente, determinan el precio al resto de los
consumidores. Las energías renovables tampoco son las únicas que perciben
pagos regulados (aunque solo en ellas reciben el peyorativo nombre de primas).
De hecho, los han percibido todas las demás centrales bajo diferentes
denominaciones: “incentivos a la inversión”, “pagos por disponibi1idad”,
“costes extrapeninsulares” y las compensaciones por “costes de transición a la
competencia (CTC)”. El importe de todo lo percibido por las denominadas
actividades liberalizadas supera ampliamente al de las renovables.
El relato que difunden las eléctricas induce
diagnósticos y planteamientos equivocados no solo a los reguladores, sino a las
empresas consumidoras de electricidad. Así, el presidente de la CEOE ha
intervenido en el debate señalando que “la energía nuclear es buena, bonita y
barata” (para alegría de las cinco eléctricas que pertenecen a esa organización).
No se ha enterado de que el menor coste nuclear y de las hidroeléctricas
(todavía más buenas, bonitas y baratas) no se traspasa a los precios que pagan
por la electricidad las restantes 1.999.995 empresas de la CEOE, muy superiores
a los de sus competidores europeos. Esos dos millones de empresas tendrían
que preguntarse por qué tienen que pagar al coste mas elevado de las centrales
de gas la “energía barata” producida en las centrales hidroeléctricas y
nucleares cuando los propietarios han recuperado ampliamente su inversión a
través de diversas retribuciones pagadas por dichas empresas. El resto
de los ciudadanos, indignados también por pagar las tarifas domésticas más
altas de Europa, (3) deberían saber que también se debe a la
sobrerretribución hidroeléctrica y nuclear. Volver a pagar los precios
originarios que las eléctricas consideraron suficientes para acometer sus
inversiones restituiría, en la terminología del Gobierno una “rentabilidad
razonable” para hidroeléctricas y nucleares que nadie podría objetar.
El mercado spot puede ser un mecanismo eficiente
para determinar la producción de las distintas centrales. Pero ello no implica
que todas ellas deban remunerarse al precio de un mercado que es ajeno a las
normas existentes cuando se construyeron y a sus costes remanentes. El
mecanismo de remuneración actual debe modificarse para eliminar efectos
paradójicos y perversos. Algunos ejemplos: si todas las centrales en España
fueran de gas (las de mayor coste variable), el precio de mercado seguiría
siendo el mismo, a pesar de que los costes serian muy superiores a los del
mix actual, que incluye centrales hidráulicas y nucleares, de costes muy
inferiores. Por la misma razón, si se cerraran las centrales nucleares o si,
por el contrario, se prolongara su vida otros 20 años, el precio de mercado
apenas variaría, aunque en ambos escenarios el coste del suministro seria bien
distinto.
Siempre que se han cambiado las remuneraciones, todos
los gobiernos han sido muy escrupulosos para que las empresas recuperaran las
inversiones realizadas. Sucedió con la parada nuclear hace 30 años y en
1997 con las centrales existentes al entrar en vigor la Ley del Sistema
Eléctrico. En ambos casos, los perceptores eran las eléctricas de UNESA. En
cambio, este principio se ha conculcado con los recortes a las renovables. Sus
inversores, especialmente los solares —que no pertenecen a UNESA— se sienten
estafados por el BOE, porque ha incumplido, incluso retroactivamente,
normas anteriores publicadas en el mismo BOE que establecían la remuneración
que les indujo a invertir. Este tratamiento tan asimétrico se acentúa en el
caso de los CTC. Las cinco eléctricas deberían haber dejado de percibirlos en
2005 al alcanzarse el importe máximo contemplado en la ley (“Si el coste resultara
superior a 36 euros/MWh, este exceso deducirá del importe pendiente de
compensación”). Como dichas deducciones no se han seguido verificando (contra
las recomendaciones del Libro Blanco encargado a un grupo de expertos en 2005),
las eléctricas han ingresado adicionalmente de forma inesperada un importe
considerable que computa en el déficit. (4) Sin embargo, cuando
surgió la posibilidad de proceder a una más que razonable quita del déficit,
las eléctricas se adelantaron, logrando titulizarlo con el aval del Estado e
impidiendo la quita.
En las medidas aprobadas el pasado julio, el
Gobierno ha preferido, de nuevo, hacer pagar el desbalance a los consumidores,
a los contribuyentes y a las renovables (que han visto reducidos sus
ingresos, mientras se mantenía la sobrerremuneración hidroeléctrica y nuclear)
sin contemplar siquiera la revisión final de los CTC prevista en el Protocolo
de 1997. Un sector tan regulado y con un déficit tan cuestionable no puede
continuar con la opacidad existente en sus costes reconocidos y en la
distribución de ingresos entre los agentes del sector. (5) Es
inexcusable implantar una transparencia que, partiendo de una auditoria del
conjunto del sistema regulatorio, vaya mas allá de las cuentas de las empresas,
para restaurar la confianza perdida y servir de base a la reforma
regulatoria que sigue pendiente …. porque lo hecho no es reforma alguna,
sino más de lo mismo. Además, si existiera algún riesgo de que, (6) como
advirtió en Nueva York el presidente de Iberdrola el pasado mayo, las
eléctricas pudieran terminar como las cajas, seria preferible que se
conociera con la mayor antelación posible.
El Gobierno puede autocomplacerse explicando su
no-reforma energética y atreverse a adoptar unas —pero no otras— medidas. Lo
que no puede es evitar sus consecuencias negativas sobre la política
energética que requiere el país en este momento: conseguir un abastecimiento
energético a un menor precio que reduzca la dependencia exterior, minimice el
impacto ambiental y promueva un desarrollo industrial que cree empleo de
calidad. Todo ello puede conseguirse dejando de reconocer
sobrerremuneraciones inadecuadas y apoyando de forma inteligente el desarrollo
industrial de las renovables, uno de los pocos sectores internacionalmente
competitivos en los que España tiene ventaja comparativa y que va a suponer,
según Bloomberg, el 70% de las inversiones en nuevas centrales en todo el mundo
hasta 2030. Basta con hacer prevalecer el interés general sobre los intereses
—por poderosos que estos parezcan— de unas pocas empresas.
Este artículo lo firman: Martín Gallego
Málaga, Jorge Fabra Utray, y también Alberto Carbajo Josa, Francisco Maciá
Tomas y Gerardo Novales Montaner. Todos los firmantes han ocupado puestos de
responsabilidad en el Ministerio de Energía, la Comisión de la Energía y el
Operador del Sistema Eléctrico.
ADMINISTRADOR
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada