Alejandría, una de las mayores ciudades del mundo antiguo, fue
fundada por Alejandro Magno después de su conquista de Egipto en el año
332 antes de Cristo. Tras la muerte de Alejandro en Babilonia en el 323
a. C., Egipto pasó a uno de sus lugartenientes, Ptolomeo. Fue bajo
Ptolomeo cuando la Alejandría recién fundada vino a sustituir a la
antigua ciudad de Menfis como capital de Egipto. Este hecho marcó el
inicio del apogeo de Alejandría. Sin embargo, ninguna dinastía pudo
sobrevivir mucho tiempo sin el apoyo de sus súbditos y los Ptolomeos
eran muy conscientes de esto.
Por tanto, los primeros reyes de la dinastía Ptolomea buscaban
legitimar su dominio a través de muchos medios diversos, incluso
asumiendo el papel de faraones, fundadores del culto grecorromano de
Serapis y convirtiéndose en mecenas de eruditos y maestros (una buena
manera de mostrar su propia riqueza). Fue este mecenazgo por parte de
Ptolomeo el que dio lugar a la creación de la gran Biblioteca de
Alejandría. A través de los siglos la Biblioteca de Alejandría se
convirtió en una de las bibliotecas más grandes e importantes del mundo
antiguo. Los grandes pensadores de la época, los científicos, los
matemáticos, los poetas de todas las civilizaciones fueron a estudiar e
intercambiar ideas en ella.
Nada menos que 700.000 pergaminos llenaban sus estantes. Sin embargo,
en una de las mayores tragedias del mundo académico, la biblioteca se
perdió en la historia y los estudiosos todavía no son capaces de ponerse
de acuerdo sobre la forma en que fue destruida.
Representación artística de la Biblioteca de Alejandría. Fuente de la imagen.
Tal vez uno de los relatos más interesantes sobre de su destrucción
sea el proviente de los relatos de los escritores romanos. Según varios
autores, la Biblioteca de Alejandría fue destruida, accidentalmente, por
Julio César durante el asedio de Alejandría en el 48 antes de Cristo.
Plutarco, por ejemplo, explica lo siguiente:
“..cuando el enemigo trató de cortar su flota (la de Julio César), se vio obligado a repeler el peligro mediante el uso de fuego, y esto se extendió desde los astilleros y destruyó la gran biblioteca.” (Plutarco, La vida de Julio César, 49.6)
Sin embargo, esta historia resulta cuando menos dudosa visto que la
Musaeum (o Mouseion) de Alejandría, justo al lado de la biblioteca,
resultó “ilesa”, siendo mencionada por el geógrafo Estrabón unos 30 años
después del asedio de César a Alejandría. Sin embargo, Estrabón no
menciona a la Biblioteca, apoyando así la afirmación de que César fue el
responsable de su quema y destrucción. Aun así, como la biblioteca era
anexa al Musaeum, y Estrabón mencionó a ese último, es posible que la
biblioteca aún existierse en la época de Estrabón. Su omisión tal vez se
pueda atribuir a la posibilidad de que Estrabón no sintiese la
necesidad de hablar sobre ella puesto que ya había mencionado el
Musaeum, o tal vez sintiese que la biblioteca ya no era un centro de
eruditos como antaño. Además, se ha sugerido que los manuscritos más
importantes no se encontraban en la biblioteca, sino en unos almacenes
cercanos al puerto que fueron destruidos por el fuego de César.
Los segundos posibles culpables serían los Cristianos del siglo 4 d.
C. En el año 391 d. C., el emperador Teodosio emitió un decreto que
ponía oficialmente fuera de la ley las prácticas paganas. Así, el
Serapeum o Templo de Serapis en Alejandría fue destruido. Sin embargo,
éste no fue el caso de la Biblioteca de Alejandría, ni de otra
biblioteca de cualquier tipo. Por otra parte, no existen fuentes
antiguas que mencionen la destrucción de ninguna biblioteca en aquel
momento. Por tanto, no existen evidencias de que los Cristianos del
siglo IV la destruyesen.
El último posible culpable de este crimen podría ser el califa
musulmán, Omar. Según cuenta un determinado relato, un cierto “John
Grammaticus” (490-570) pregunta a Amr, el victorioso general musulmán,
algo sobre “los libros en la biblioteca real”. Amr escribe a Omar para
obtener instrucciones y Omar responde: “Si los libros están de acuerdo
con el Corán, no tenemos necesidad de ellos; y si son opuestos al Corán,
hay que destruirlos”. Sin embargo existen al menos dos problemas con
esta historia. En primer lugar, tampoco aparece mención alguna sobre
ningyna biblioteca, sólo habla de libros. En segundo lugar, este texto
fue escrito por un escritor cristiano sirio, lo que quiere decir que
puede tratarse de un relato inventado con el que empañar la imagen de
Omar.
Por desgracia, la arqueología no ha sido capaz de aportar mucho a la
hora de poder desvelar este misterio. Para empezar, rara vez se han
encontrado papiros en Alejandría, posiblemente debido a las condiciones
climáticas que son desfavorables para la preservación de la materia
orgánica. En segundo lugar, tampoco se han descubierto restos de la
Biblioteca de Alejandría. Esto se debe al hecho de que Alejandría
todavía está habitada en la actualidad y sólo se autorizan excavaciones
arqueológicas de emergencia.
Si bien puede ser conveniente culpar a un hombre o a un determinado
grupo de la destrucción de la que muchos consideran como mayor
biblioteca del mundo antiguo, esto convierte la cuestión en algo
demasiado simple. La biblioteca no pudo haber ardido, sino más bien
debió haber sido abandonada, gradualmente, con el tiempo. Si la
biblioteca fue creada para la exhibición de la riqueza de Ptolomeo,
entonces su caída podría también relacionarse con su deterioro
económico. Como el poder del Egipto ptolemaico disminuyó a lo largo de
los siglos, esto pudo haber afectado al estado de la Biblioteca de
Alejandría. Si la biblioteca sobrevivió durante los primeros siglos
después de Cristo, sus días de oro fueron los sucedidos mucho antes,
cuando Roma se convirtió en centro del mundo.
Imagen destacada: Una de las teorías sugiere que la Biblioteca de
Alejandría fue incendiada. “El incendio de la Biblioteca de
Alejandría”, de Hermann Goll (1876).
Fuente: Ancient Origins
La Biblioteca Real de Alejandría fue en su época la más grande del
mundo. Situada en la ciudad egipcia de Alejandría, se cree que fue
creada a comienzos del siglo III adC por Ptolomeo I Sóter y que llegó a
albergar hasta 700.000 volúmenes, los cuales equivalen aproximadamente a
unos 100.000 libros impresos de hoy.
La destrucción de la Biblioteca de Alejandría es uno de los más
grandes misterios de la civilización occidental. Se carece de
testimonios precisos sobre sus aspectos más esenciales, y no se han
encontrado las ruinas del Museo, siendo las del Serapeo muy escasas. En
el Oriente y en el Occidente, entre los cristianos y los musulmanes, se
han cruzado durante siglos mutuas acusaciones de culpabilidad acerca de
la destrucción de este gran centro intelectual. El carácter polémico,
evasivo, y cordialmente tedioso del tema ha propiciado decenas de
hipótesis.
Desde el siglo XIX, los eruditos han intentado comprender la
organización y estructura de la biblioteca, y se ha debatido largo y
tendido sobre su final. Los conocimientos sobre la Biblioteca, cómo fue,
cómo trabajaron sus sabios, el número exacto de volúmenes e incluso su
misma situación son escasos, ya que muy pocos testimonios tratan sobre
tan gran institución, y aun estos son esporádicos y desperdigados. Los
investigadores y los historiadores de los siglos XX y XXI han insistido
en que se ha formado una utopía retrospectiva en torno a la Biblioteca
de Alejandría. No hay duda de que la biblioteca existió, pero apenas hay
certezas en lo escrito sobre ella. Se han hecho centenares de
afirmaciones contradictorias, dudosas y simplemente falsas, realizando
suposiciones a partir de muy pocos datos que, la mayoría de las veces,
son sólo aproximaciones.
La biblioteca en la Antigüedad
La Gran Biblioteca de Alejandría, llamada así para distinguirla de la pequeña o hermana biblioteca
en el Serapeo, fue fundada por los primeros Ptolomeos con el propósito
de ayudar al mantenimiento de la civilización griega en el seno de la
muy conservadora civilización egipcia que rodeaba a la ciudad
alejandrina. Si bien es cierto que el traslado de Demetrio Falereo a
Alejandría (en el año 296-295 adC) está relacionado con la organización
de la biblioteca, también es seguro que al menos el plan de esta
institución fue elaborado bajo Ptolomeo Sóter (muerto alrededor de 284
adC), y que la finalización de la obra y su conexión con el Museo fue la
obra máxima de su sucesor, Ptolomeo II Filadelfo. Como Estrabón no hace
mención de la biblioteca en su descripción de los edificios del puerto,
parece evidente que no estaba en esta parte de la ciudad; además, su
conexión con el Museo permitiría ubicarla en el Brucheion, el distrito real situado en el noreste de la ciudad.
Este santuario acogía un pequeño zoológico, jardines, una gran sala
para reuniones e incluso un laboratorio. Las salas que se dedicaron a la
biblioteca acabaron siendo las más importantes de toda la institución,
que fue conocida en el mundo intelectual de la antigüedad al ser única.
Durante siglos, los Ptolomeos apoyaron y conservaron la biblioteca que,
desde sus comienzos, mantuvo un ambiente de estudio y de trabajo.
Dedicaron grandes sumas a la adquisición de libros, con obras de Grecia,
Persia, India, Palestina, África y otras culturas, aunque predominaba
la literatura griega.
La biblioteca del Museo constaba de diez estancias dedicadas a la
investigación, cada una de ellas dedicada a una disciplina diferente. Un
gran número de poetas y filósofos, que llegaron a ser más de cien en
sus mejores años, se ocupaban de su mantenimiento, con una dedicación
total. En realidad se consideraba el edificio del Museo como un
verdadero templo dedicado al saber.
Se sabe que desde el principio la biblioteca fue un apartado al
servicio del Museo. Pero más tarde, cuando esta entidad adquirió gran
importancia y volumen, hubo necesidad de crear un anexo cercano. Se cree
que esta segunda biblioteca (la biblioteca hija) fue creada por
Ptolomeo III Evergetes (246 adC-221 adC), y se estableció en la colina
del barrio de Racotis (hoy llamada Karmuz), en un lugar de
Alejandría más alejado del mar; concretamente, en el antiguo templo
erigido por los primeros Ptolomeos al dios Serapis, llamado el Serapeo,
considerado como uno de los edificios más bellos de la Antigüedad. En la
época del Imperio Romano, los emperadores la protegieron y modernizaron
en gran medida, incorporando incluso calefacción central mediante
tuberías con el fin de mantener los libros bien secos en los depósitos
subterráneos.
Los redactores de la biblioteca de Alexandría eran especialmente
conocidos en Grecia por su trabajo sobre los textos homéricos. Los
redactores más famosos generalmente llevaron el título de bibliotecario principal.
La diversidad geográfica de los eruditos muestra que la biblioteca
era de hecho un gran centro de investigación y aprendizaje. En 2004, un
equipo egipcio encontró lo que parece ser una parte de la biblioteca
mientras excavaba en el Brucheion. Los arqueólogos descubieron trece
salas de conferencias, cada una con un podiumcentral. Zahi
Hawass, el presidente del Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto,
calcula que en las salas excavadas hasta ahora se habría podido acoger a
unos 5.000 estudiantes , lo que indica que era una institución muy
grande para su época. En el siglo II adC, Eumenes II fundó un centro a
imitación de la biblioteca en Pérgamo.
Organización
Ptolomeo II encargó al poeta y filósofo Calímaco la tarea de
catalogación de todos los volúmenes y libros. Fue el primer
bibliotecario de Alejandría, y en estos años las obras catalogadas
llegaron al medio millón. Unas se presentaban en rollos de papiro o
pergamino, que es lo que se llamaba “volúmenes”, y otras en hojas
cortadas, que formaban lo que se denominaba “tomos”. Cada una de estas
obras podía dividirse en “partes” o “libros”. Se hacían copias a mano de
las obras originales, es decir “ediciones”, que eran muy estimadas
(incluso más que las originales) por las correcciones llevadas a cabo.
Las personas encargadas de la organización de la biblioteca y que
ayudaban a Calímaco rebuscaban por todas las culturas y en todas las
lenguas conocidas del mundo antiguo y enviaban negociadores que pudieran
hacerse con bibliotecas enteras, unas veces para comprarlas tal cual,
otras como préstamo para hacer copias.
Los grandes buques que llegaban al famoso puerto de Alejandría
cargados de mercancías diversas eran inspeccionados por la guardia,
tanto en busca de contrabando como de textos. Cuando encontraban algún
rollo, lo confiscaban y lo llevaban en depósito a la biblioteca, donde
los amanuenses se encargaban de copiarlo. Una vez hecha esa labor, el
rollo era generalmente devuelto a sus dueños. El valor de estas copias
era altísimo y muy estimado. La biblioteca de Alejandría llegó a ser la
depositaria de las copias de todos los libros del mundo antiguo. Allí
fue donde realmente se llevó a cabo por primera vez el arte de la
edición crítica.
Los libros
Se sabe que en la biblioteca se llegaron a depositar el siguiente número de libros:
200.000 volúmenes en la época de Ptolomeo I
400.000 en la época de Ptolomeo II
700.000 en el año 48 adC, con Julio César
900.000 cuando Marco Antonio ofreció 200.000 volúmenes a Cleopatra, traídos de la Biblioteca de Pérgamo.
Cada uno de estos volúmenes era un manuscrito que podía versar sobre
temas diferentes. Se cree que allí estaban depositados tres volúmenes
con el título de Historia del mundo, cuyo autor era un
sacerdote babilónico llamado Beroso, y que el primer volumen narraba
desde la Creación hasta el Diluvio, periodo que según él había durado
432.000 años, es decir, cien veces más que en la cronología que se cita
en el Antiguo Testamento. Ese número permitió identificar el origen del
saber de Beroso, la India. También se sabe que allí estaban depositadas
más de cien obras del dramaturgo griego Sófocles, de las que sólo han
perdurado siete.
Los sabios
Los sabios que estudiaban, criticaban y corregían obras se clasificaron a sí mismos en dos grupos: filólogos y filósofos.
Los filólogos estudiaban a fondo los textos y la gramática. La
Filología llegó a ser una ciencia en aquella época, y comprendía otras
disciplinas, como la historiografía y la mitografía.
Los filósofos eran todos los demás, ya que la Filosofía abarcaba las
ramas del pensamiento y la ciencia: física, ingeniería, biología,
medicina, astronomía, geografía, matemáticas, ingeniería, literatura, y
lo que nosotros llamamos filosofía.
Vat. gr. 190, vol. 1 fols. 38 verso – 39 recto | Vat. gr. 204 fol. 116 recto |
Los Elementos de Euclides, escritos alrededor del año 300 a.C., obra sobre temas de Geometría, Proporciones y Teoría de los Números. Ha sido la obra de vigencia más prolongada de la Historia. Después de la Biblia es el libro del cual se han hecho mayor cantidad de impresiones. Este manuscrito preserva una version antigua del texto. Aquí se muestra la Proposición 47 del Libro I (para ver la imagen con mayor detalle haga clic sobre ella), el Teorema de Pitágoras: «El cuadrado de la hipotenusa de un triángulo rectángulo es igual a la suma de los cuadrados de los catetos.» Este importante enunciado ha sido objeto de varias notas en el manuscrito. | Éste es el manuscrito más viejo de una colección de trabajos sobre Astronomía y Matemática de Autólico, Euclides, Aristarco, Hipsicles, y Teodosio. El más curioso es el de Aristarco: Sobre el Tamaño y la Distancia del Sol y la Luna. Aquí se muestra la Proposición 13 (con unas cuantas glosas), la cual se refiere a la razón de la prolongación del arco que divide la parte iluminada de la parte oscura de la Luna en un eclipse de Luna a los diámetros del Sol y la Luna. |
Entre ellos se encontraban personajes tan conocidos como Arquímedes,
el más notable científico y matemático de la antigüedad; Euclides que
desarrolló allí su Geometría; Hiparco de Nicea, que explicó a todos la
Trigonometría, y defendió la visión geocéntrica del Universo; Aristarco,
que defendió todo lo contrario, es decir, el sistema heliocéntrico
siglos antes de Copérnico; Eratóstenes, que escribió una Geografía y
compuso un mapa bastante exacto del mundo conocido; Herófilo de
Calcedonia, un fisiólogo que llegó a la conclusión de que la
inteligencia no está en el corazón sino en el cerebro; los astrónomos
Timócaris y Aristilo; Apolonio de Pérgamo, gran matemático; Herón de
Alejandría, un inventor de cajas de engranajes y también de unos
aparatos movidos por vapor: es el autor de la obra Autómata, la
primera obra conocida sobre robots; el astrónomo y geógrafo Claudio
Ptolomeo; Galeno, quien escribió bastantes obras sobre el arte de la
curación y sobre anatomía. La última persona insigne del Museo fue una
mujer, Hipatia de Alejandría, gran matemática y astrónoma, que tuvo una
muerte atroz a manos de fanáticos cristianos.
Arquímedes Euclides
Hiparco de Nicea Aristarco de Samos
Desde Calímaco en adelante, el catálogo de manuscritos se hizo de
acuerdo a la división del conocimiento de Aristóteles, o por lo menos
—como hizo él— separando de la “Filosofía” a las Ciencias
Observacionales y Deductivas.
Matemática |
Los matemáticos alejandrinos en su mayor parte eran geómetras, pero
se sabe que también realizaron algunas investigaciones en Teoría de los
Números. Eratóstenes, el Director de la Biblioteca, inventó “El Cedazo”,
un método para encontrar nuevos números primos, los cuales ejercían
fascinación desde los tiempos de los pitagóricos. Eudoxo de Cnido, el
alumno de Euclides desarrolló un método temprano de integración, estudió
el uso de proporciones para resolver problemas y contribuyó con varias
fórmulas para medir figuras tridimensionales. Papo, un estudioso del
siglo IV, fue uno de los últimos matemáticos griegos. Se concentró en
los números grandes y en las construcciones con semicírculos; también
fue uno de los que introdujeron en la cultura europea la Astrología, de
origen oriental. Teón y su hija Hipatia continuaron el trabajo en
Astronomía, Geometría y Matemática e hicieron comentarios sobre sus
predecesores, pero ninguno de sus trabajos sobrevive.
Astronomía
Astronomía
Para los griegos, la Astronomía era la proyección de la Geometría
Tridimensional en una cuarta variable, el tiempo. Los movimientos de las
estrellas y el sol eran esenciales para determinar posiciones
terrestres, ya que ellos proporcionaban puntos universales de
referencia. En Egipto, esto era particularmente vital para los derechos
de propiedad, porque la inundación anual alteraba a menudo hitos físicos
y límites entre los campos. (La Geometría, como arte de medir la
tierra, nació probablemente en Egipto.) Para Alejandría, cuya sangre
vital era la exportación de granos y papiro al resto el Mediterráneo,
los desarrollos en Astronomía les permitían a los marineros evitar la
consulta de oráculos cuando se arriesgaban a navegar sin ver la costa
por tiempos largos. Los primeros astrónomos griegos se habían
concentrado en los modelos teóricos del Universo; los alejandrinos se
encargaron de hacer observaciones detalladas y de crear modelos
matemáticos basados en ideas anteriores. Eratóstenes, el versátil cuarto
director de la Biblioteca, realizó un catálogo completo de 44
constelaciones con los mitos correspondientes, así como una lista de 475
estrellas fijas. Hiparco inventó el sistema de latitud y longitud e
importó el sistema circular de 360 grados de Babilonia; calculó la
longitud del año con un error de seis minutos; reunió mapas del cielo; y
especuló acerca del nacimiento y muerte de las estrellas. Aristarco
aplicó la trigonometría (nacida en Alejandría) para estimar las
distancias y tamaños del Sol y la Luna, y también postuló un universo
heliocéntrico. Por esto último, otro estudioso del Museo, el estoico
Cleanto, lo acusó de impiadoso. Durante el reinado de Tolomeo VII,
Hiparco de Bitinia descubrió y midió la precesión de los equinoccios, el
tamaño y la trayectoria del Sol y la trayectoria de la Luna. Unos 300
años después Tolomeo (sin ninguna relación conocida con la realeza) dio
forma matemática a su elegante modelo de los epiciclos para apoyar la
visión geocéntrica (aristotélica) y escribió un tratado de Astrología
que se convertiría en un paradigma de la Edad Media.
Geometría
Geometría
Los alejandrinos compilaron muchos de los principios geométricos de
matemáticos griegos anteriores y también tuvieron acceso al conocimiento
de los babilonios y egipcios sobre ese tema. Sin dudas es ésta el área
en la que el Museo descolló. Se dice que Demetrio de Falera invitó al
estudioso Euclides a Alejandría: los Elementos de Euclides
fueron la base de la Geometría hasta mediados del siglo XIX. Sus
sucesores, entre los que se destaca Apolonio (siglo II a.C.),
continuaron la investigación sobre las secciones cónicas. Arquímedes
tuvo entre sus muchos logros el descubrimiento del número pi.
Eratóstenes calculó la circunferencia de la tierra con un error del 1%,
basado en la distancia conocida de Aswán a Alejandría y en la medida del
segmento del arco determinado por la diferencia entre las longitudes de
las sombras a mediodía en esas dos ciudades. Él sugirió también que los
mares estaban conectados; que África podría circunnavegarse; y que “la India podría ser localizada navegando hacia el oeste de España”.
Finalmente, a partir de observaciones de astrónomos egipcios y del
Oriente Cercano, calculó que el año tenía 365 1/4 días y fue el primero
en sugerir el agregado de un “día de salto” cada cuatro años.
Mecánica: ciencia aplicada
Mecánica: ciencia aplicada
Arquímedes fue uno de los primeros estudiosos afiliados a Alejandría.
Su misión era aplicar las teorías del movimiento de astrónomos y
geómetras a dispositivos mecánicos. Entre sus descubrimientos estuvo la
palanca —como una extensión del mismo principio—, y el que hoy llamamos
“Tornillo de Archimedes”, un dispositivo para levantar agua. Él es el
protagonista del cuento del físico que se levanta de su tina gritando
«Eureka», después de descubrir que la reducción de peso que sufre un
cuerpo sumergido en el agua es igual al peso del agua que desplaza. La
hidráulica nació en Alejandría y en la extensión de sus principios se
basaba la Neumática de Herón, un trabajo largo que detalla muchas
máquinas y “robots” que simulan acciones humanas. La distinción entre
práctico e imaginativo probablemente no le preocupaba a él cuando hacía
sus experimentos mentales que incluían estatuas que vertían libaciones,
mezclaban bebidas, bebían, y hasta cantaban (usando aire comprimido).
Herón también inventó un órgano de tubos comandado por un molino de
viento, una olla de vapor que se adaptó luego para los baños romanos y
la candelaria, en la cual el calor de la llama de una vela hacía girar
figuras pequeñas. La aplicación a veces caprichosa de las ciencias
infantiles que se hacía en las “invenciones” de Rube Goldberg durante la
revolución tecnológica del siglo XX recuerda la obra de Herón.
Medicina
Medicina
El estudio de la anatomía, que inició Aristóteles, fue continuado
extensamente por muchos alejandrinos que pueden haber aprovechado los
jardines zoológicos para observar distintas especies de animales y las
prácticas de entierro egipcio realizadas por personas con gran
conocimiento de la anatomía humana. Uno de los primeros estudiosos,
Herófilo, coleccionaba y compilaba la obra de Hipócrates, y se embarcó
en estudios propios. Fue él quien primero vio en el cerebro y el sistema
nervioso una unidad; especuló sobre la función del corazón, la
circulación de sangre, y probablemente varios otros rasgos anatómicos.
Su sucesor Erístrato se concentró en el sistema digestivo y los efectos
de la nutrición; postuló que la nutrición así como los nervios y el
cerebro influyen en enfermedades mentales. Finalmente, en el siglo II,
Galeno utilizó los resultados de las investigaciones de Alejandría y sus
propias investigaciones para compilar quince libros acerca de la
Anatomía y el Arte de la Medicina.
Galeno Aristóteles
Testimonios
Estrabón.
Todo lo que se sabe en la actualidad sobre la historia de la antigua
biblioteca se debe a algunas referencias de posteriores escritores, a
veces de gente que incluso la llegó a conocer, pero son alusiones de
pasada, no hay nada dedicado en exclusiva a comentar o describir el
edificio o la vida que en ella se desarrollaba.
El geógrafo y gran viajero griego Estrabón (c. 63 adC – c. 24 adC)
hace una pequeña descripción, pues parece ser que estuvo en Alejandría a
finales del siglo I adC. Habla del Museo y dice que consta de una
exedra (εξεδρα), es decir, una obra hecha al descubierto, de forma
circular y con unos asientos pegados a la parte interior de la curva.
Cuenta que también vio una estancia muy amplia donde se celebraban las
comidas de los sabios y los empleados. Y habla también de la biblioteca,
de la gran biblioteca, algo “obligatorio” en el Museo.
Aristeas, en el siglo II adC, habló en las cartas dirigidas a su
hermano Filócrates de la biblioteca y de todo el asunto de la traducción
de los LXX .
Marco Anneo Lucano, historiador del siglo I, natural de Hispania y sobrino de Séneca, cuenta en su obra Farsalia cómo
ocurrió el incendio del puerto, cómo se propagaron las llamas ayudadas
por el viento, que no cesaba, desde los barcos también incendiados y
anclados en el gran puerto oriental.
Tito Livio dice en sus referencias que la biblioteca de Alejandría
era uno de los edificios más bellos que él había visto, con muchas salas
llenas de estantes para los libros y habitaciones donde sólo los
copistas podían estar, sin que fueran molestados. Incluso apunta el
hecho de que cobraban por cada línea copiada.
– Lucio Anneo Séneca, filósofo cordobés y tío de Lucano (poeta cordobés), en el siglo I, escribió un libro llamado De tranquilitate animi. En él cuenta, a través de una cita de Tito Livio, que en aquel incendio se llegaron a quemar 40.000 libros.
– El biógrafo Plutarco (c. 46-125) viajó en varias ocasiones a
Egipto, donde en Alejandría debió escuchar muchas historias sobre el
famoso incendio. Escribió una biografía sobre Julio César y al tratar
sobre la batalla en el mar, en ningún momento cuenta el incendio de la
biblioteca, ya que en el desastre estaba implicado César y parece ser
que no quiso manchar su nombre con aquel hecho. El mismo Julio César, en
su obra Bellum civile donde habla de aquella batalla, omite
por completo el incendio de la biblioteca. Otros escritores de la misma
época también silencian la relación de César con el incendio de
Alejandría.
– Mucho más tarde, en el siglo IV, San Juan Crisóstomo hace una
relación del estado en que se encontraba en aquellos años la brillante
ciudad de Alejandría, y comenta que la desolación y destrucción son
tales que no se puede adivinar ni el lugar donde se encontraba el Soma
(el mausoleo de Alejandro) ni la sombra de la gran Biblioteca.
– En el siglo XV, un escriba se molestó en traducir al latín los
comentarios de Juan Tzetzes (c. 1110 – c. 1180), que fue un filólogo
bizantino. Dichos comentarios estaban tomados de la obra Prolegómenos a Aristófanes. Tzetzes habla en ellos acerca de la Biblioteca.
La enciclopedia Suda (SOL Suda on-line) de la Universidad de
Kentucky ha recopilado un conjunto de informaciones según fuentes
provenientes de la época de Alejandro Magno y posterior.
Los bibliotecarios
A finales del siglo XIX se encontraron en el yacimiento de Oxirrinco,
en el pueblo de El-Bahnasa (un pequeño pueblo a 190 km al sur de El
Cairo) miles de papiros, que fueron estudiados a fondo por los eruditos.
En algunos de ellos se hablaba de la famosa Biblioteca y se daba una
lista de nombres de varios directores o bibliotecarios a partir del año
de su fundación.
Respecto a Demetrio de Falero, no se puede hablar de él como
bibliotecario, ya que la biblioteca como tal fue fundada tras su muerte.
La inclusión como bibliotecarios de Calímaco de Cirene y Apolonio de
Rodas tiene poca autoridad y parece cronológicamente imposible. Más allá
del año 131 adC, las fechas se tornan bastante inciertas.
BIBLIOTECARIO | DESDE | HASTA |
Zenódoto de Éfeso | 282 adC | 260 adC (?) |
Calímaco de Cirene (?) | 260 adC (?) | 240 adC (?) |
Apolonio de Rodas (?) | 240 adC (?) | 230 adC (?) |
Eratóstenes de Cirene | 230 adC (?) | 195 adC |
Aristófanes de Bizancio | 195 adC | 180 adC |
Apolonio Eidógrafo (?) | 180 adC | 160 adC (?) |
Aristarco de Samotracia | 160 adC (?) | 131 adC |
Destrucción
Atribución del incendio a Julio César
Suele afirmarse, equivocadamente, que el primero de todos los ataques
contra la Biblioteca de Alejandría fue el perpetrado por los romanos:
Julio César, en persecución de Pompeyo, derrotado en Farsalia, arribó a
Egipto para encontrarse con que su antiguo compañero y yerno había sido
asesinado por orden de Potino, el visir del rey Ptolomeo XIII Filópator,
para congraciarse con su persona. Egipto padecía una guerra civil por
la sucesión del trono, y pronto César se inclinó a favor de la hermana
del rey, Cleopatra VII. Consciente de que no podría derrotar a Roma,
pero sí a César, y ganarse la gratitud de sus rivales en el Senado,
Potino le declaró la guerra. El 9 de noviembre del 48 adC, las tropas
egipcias, comandadas por un general mercenario de nombre Aquila,
asediaron a César en el palacio real de la ciudad e intentaron capturar
las naves romanas en el puerto. En medio de los combates, teas
incendiarias fueron lanzadas por orden de César contra la flota egipcia,
reduciéndola a las llamas en pocas horas.
Julio Cesar
Por algunas fuentes clásicas puede parecer que este incendio se
habría extendido hasta los depósitos de libros de la Gran Biblioteca,
cercanos al puerto. Séneca confirma en su De tranquilitate animi la pérdida de 40.000 rollos en este desafortunado incidente (“quadraginta milia librorum Alexandriae arserunt”),
citando su fuente, el perdido libro CXII de Tito Livio, quien fue
contemporáneo del desastre. Paulo Orosio reitera en pleno siglo V esta
cifra en su Historiarum adversum paganos: “…al invadir las llamas parte de la ciudad consumieron cuarenta mil libros depositados por casualidad en los edificios…” Dión Casio alude a la destrucción de los almacenes (apothekai)
del puerto, algunos de los cuales contenían rollos. Por su parte,
Plutarco de Queronea es el primero en mencionar de modo explícito la
extensión del fuego a la gran Biblioteca de Alejandría como si hubiera
quedado reducida a cenizas para siempre, y no sólo un descalabro
parcial. Sin embargo, tajante afirmación de Plutarco acerca del incendio
de la Biblioteca parece tener origen en un error filológico, provocado
por el cambio de significado de término griego bibliotheke a
finales del siglo I y principios del II. La palabra perdió su
connotación de “biblioteca” para significar “colección de libros” (como
la “Biblioteca Histórica” de Diodoro Sículo). Entretanto, “biblioteca”
se designaría como apothekai tôn bibliôn (literalmente: almacén
de libros), y el diferente significado atribuido a estos términos
habría dado lugar a la confusión. Aulo Gelio , y el muy posterior Amiano
Marcelino aportan una información similar a la anterior, siendo
víctimas del mismo error de significado, probablemente repetido por la
ignorancia o la credulidad de sus contemporáneos.
Se pueda afirmar sin duda alguna que la Gran Biblioteca alejandrina y
sus tesoros no resultaron destruidos en el incendio del año 48 adC. Los
famosos 400.000 tomos que habrían ardido fueron en realidad 40.000,
depositados en almacenes del puerto, probablemente en espera de ser
catalogados para la Biblioteca, o para su exportación a Roma, tal como
indican el Bellum Alexadrinum, Séneca y Dión Casio.
Supervivencia de la Biblioteca
Inscripción de Tiberio Claudio Balbilo, confirmando la existencia de
la Biblioteca en el siglo I, tal como afirman las fuentes clásicas.
Después del desastroso incendio, la muerte de César y del ascenso de
Augusto, Cleopatra VII se refugió en la ciudad de Tarso (en la actual
Turquía) junto con Marco Antonio. Fue entonces cuando el triunvito le
ofreció los 200.000 manuscritos traídos desde la biblioteca de Pérgamo
(en Asia Menor), que Cleopatra depositó en la biblioteca como
compensación por cualquier posible pérdida.
La existencia de la Biblioteca tras su supuesta destrucción queda
confirmada por una inscripción hallada a principios del siglo XX,
dedicada a Tiberio Claudio Balbilo. Como se apunta en Handbuch der Bibliothekswissenschaft (Georg Leyh, Wiesbaden 1955), Balbilus desempeñaba un cargo “supra Museum et ab Alexandrina bibliotheca” combinando la dirección del Museo y las bibliotecas como si de una academia se tratara.
Cayo Suetonio Tranquilo tampoco dice nada de la destrucción de la
Gran Biblioteca. Es más, en su biografía de Claudio refiere que el
Emperador, tras escribir en griego una historia de los etruscos y otra
sobre los cartagineses (hoy perdidas), quiso celebrar la escritura de
estos libros y creó un anexo del Museo:
“…añadió al antiguo Museo de Alejandría otro nuevo que llevaba su
nombre y se estableció que todos los años, en determinados días, se
habría leer en las salas públicas de recitación, en uno de los museos,
la historia de los etruscos, y la de los cartagineses en el otro, ambas,
y cambiando de lector a cada libro…
Vidas de los Doce Césares, Vida de Claudio, 42
. Ello da a entender de manera más que manifiesta que el viejo Museo
seguía existiendo y en pleno funcionamiento. El mismo Suetonio, al
narrar la vida de Domiciano, indica que mandó restaurar con grandes
gastos bibliotecas incendiadas a lo largo y ancho del Imperio, haciendo
buscar por todas partes nuevos ejemplares de las obras perdidas, y “envió a Alejandría una misión para sacar esmeradas copias o corregir los textos” . Un tercer testimonio es el de Ateneo de Naúcratis (c. 200) que escribió detalladamente en su Deipnosophistae sobre la riqueza de Ptolomeo II, y el número y poderío de sus flotas. Pero al llegar al Museo y a la Gran Biblioteca, dice:
“¿Para qué referirse a los libros, al establecimiento de las
bibliotecas y las colecciones en el Museo, cuando están en la memoria de
todo hombre?”
Los desastres de los siglos III y IV
Sin embargo, a finales del siglo II y a lo largo del III, una serie
de desastres se abatieron sobre la antigua capital de los Ptolomeos: en
primer lugar, la llamada Guerra Bucólica (172-5), que se extendió hasta
Alejandría; a ésta siguieron la rebelión de los usurpadores Avidio Casio
(175) y Pescenio Níger (193-4); el brutal saco de Alejandría por
capricho de Caracalla (215); la pléyade de tumultos y revueltas civiles y
militares que hubo durante la Anarquía Militar a raíz de la crisis
económica y la aplastante presión fiscal; los ataques de los blemmíes…
La ciudad fue destrozada por Valeriano (253); de nuevo en 269, cuando se
dio la desastrosa conquista de la ciudad por Zenobia, reina de Palmira;
y en el 273, cuando Aureliano, al reconquistarla para los romanos,
saqueó y destruyó completamente el Bruchión, desastre al que no pudieron
sobrevivir ni el Museo ni la Biblioteca. Se dice que en aquella ocasión
los sabios griegos se refugiaron en el Serapeo, que nunca sufrió con
tales desastres, y otros emigraron a Bizancio. Finalmente, en 297 la
revuelta del usurpador Lucio Domicio Domiciano acabó con Alejandría
tomada y saqueada por las tropas de Diocleciano, tras un asedio de ocho
meses (victoria conmemorada por el llamado “Pilar de Pompeyo”). Se dice
que tras la capitulación de la ciudad, Diocleciano ordenó que la
carnicería continuara hasta que la sangre llegara a las rodillas de su
caballo. La accidental caída de éste libró a los alejandrinos de la
muerte, y para conmemorar el hecho erigieron una estatua al caballo.
Diocleciano ordenó asimismo quemar millares de libros relacionados con
la alquimia y las ciencias herméticas, para evitar que alguien pusiera
en peligro la estabilidad monetaria que a duras penas se había
conseguido restaurar.
Diocleciano
En 330, con la fundación de la nueva capital imperial,
Constantinopla, es probable que parte del contenido del Serapeum fuera
incautado por las autoridades imperiales y trasladado a la Nueva Roma.
Para colmo, entre 320 y 1303 hubo 23 terremotos en Alejandría. El del
21 de julio de 365 fue particularmente devastador. Según las fuentes,
hubo 50.000 muertos en Alejandría, y el equipo de Franck Goddio del Institut Européen d´ Archéologie Sous-Marine,
ha encontrado en el fondo de las aguas del puerto cientos de objetos y
pedazos de columnas que demuestran que al menos el veinte por ciento de
la ciudad de los ptolomeos se hundió en las aguas, incluyendo el
Bruchión, supuesto enclave de la Biblioteca.
Los cristianos
A finales del siglo IV, el emperador Teodosio el Grande, en respuesta
a una petición del patriarca de Alejandría, envió una sentencia de
destrucción contra el paganismo en Egipto: en el año 391,
el patriarca Teófilo de Alejandría demolió el Serapeo al frente de una
muchedumbre fanática y sobre sus restos se edificó un templo cristiano.
Parece que es en este momento cuando la Biblioteca-hija del Serapeo fue
saqueada y desperdigada o destruida. El sucesor de Teófilo, su sobrino
Cirilo, se dedicó a eliminar a los filósofos, entre los que se
encontraba la última directora de la Academia, Hipatia; su asesinato en
el 412 marca el fin de la filosofía y la enseñanza neoplatónica en todo
el Imperio romano.
Hipatia de Alejandría
Aunque el Serapeum fuera destruido por órdenes de Teófilo, no hay un
acuerdo entre los historiadores en torno a quiénes destruyeron los
libros del Museo. Algunos creen que seguramente se salvaron buena parte
de los libros de la biblioteca, toda vez que la destrucción era
previsible. Pero en la colina donde estaba el templo de Serapis nunca se
volvió a reconstruir la biblioteca. Cuatro años después de la muerte de
Hipatia, en 416, el teólogo e historiador hispanorromano Paulo Orosio
vio con mucha tristeza las ruinas de aquella ciudad que había sido
magnífica y los restos de la biblioteca en la colina, confirmando que “sus armarios vacíos… fueron saqueados por hombres de nuestro tiempo”.
Los árabes
En el siglo VI hubo en Alejandría luchas violentas entre monofisitas y
melquitas y más tarde aún, en el 616 los persas de Cosroes II tomaron
la ciudad. Alejandría seguía siendo, no obstante, una de las mayores
metrópolis mediterráneas en el momento de la conquista musulmana, en
642, tras 14 meses de asedio. El historiador Eutiquio cita una carta
escrita hacia el viernes de la luna nueva de Moharram del año vigésimo
de la Hégira donde el comandante musulmán Amr ibn al-Ass, al entrar en
la ciudad, se dirigió al segundo sucesor de Mahoma, al califa Umar ibn
al-Jattab e hizo un inventario de lo encontrado en la ciudad de
Alejandría: “4.000 palacios, 4.000 baños, 12.000 mercaderes de
aceite, 12.000 jardineros, 40.000 judíos y 400 teatros y lugares de
esparcimiento”.
El cronista y pensador atristotélico Ibn al-Kifti, afirmó en sus
páginas que Amr se entrevistó con el comentarista aristotélico Juan
Filópono, quien le pidió tomar una decisión sobre el futuro de los
libros de la Biblioteca debido a que las actividades de este lugar
estaban momentáneamente suspendidas. Amr no se atrevió a responder, y
prefirió enviar otra misiva al califa, pidiendo instrucciones. La
epístola tardó más de treinta días en llegar a las manos del polémico
Omar, quien estaba ocupado para ese entonces en sus conquistas y en la
redacción escrita del Corán. Pasados treinta días más, Amr recibió la
respuesta través de un mensajero y leyó, no sin pesadumbre, a Filópono
la decisión de Omar:
“Con relación a los libros que mencionas, aquí está mi respuesta.
Si los libros contienen la misma doctrina del Corán, no sirven para
nada porque repiten; si los libros no están de acuerdo con la doctrina
del Corán, no tiene caso conservarlos”.
Amr lamentó este criterio, pero fue obediente, según el historiador
Abd al-Latif, y no vaciló en cumplir la orden recibida, con lo que la
biblioteca de Alejandría fue incendiada y totalmente destruida. Añade
Ibn al-Kifti que los papiros sirvieron como combustible para los baños
públicos por espacio de seis meses.
No obstante, hay historiadores que consideran espurios estos datos por dos razones:
- No hay ningún testigo coetáneo de los hechos. Abd al-Latif e Ibn al-Kifti vivieron entre los siglos XII y XIII, es decir, al menos seis y siete siglos posteriores al acto.
- Juan Filópono no pudo conversar con Amr, porque vivió en el siglo VI y no en el VII.
Algunos, como Bernard Lewis, sostienen que esta historia es falsa de principio a fin.
En cualquier caso, ninguno de los restantes reductos de la cultura
helénica que aún atesoraba la antigua ciudad de los lágidas sobrevivió a
la ocupación árabe. Si acusar a los árabes como únicos responsables de
la destrucción de la Gran Biblioteca es un error, el exculparlos lo es
igualmente. No se puede descartar la responsabilidad de los sarracenos,
ya que Cartago, Cesarea de Palestina, Leptis Magna y otras grandes
metrópolis romanas que aún subsitían en el siglo VII fueron arrasadas
durante la expansión del Islam. La biblioteca de Cesarea, que contenía
la mayor colección de obras cristianas del Imperio, desapareció sin que
se sepa su destino, y seguramente fue destruida.
Con respecto a Alejandría, en 645 la ciudad abrió sus puertas a una
expedición romana de auxilio, pero al año siguiente cayó nuevamente en
manos musulmanas. A partir de entonces la importancia y población de la
ciudad cayeron en picado, en beneficio de la nueva capital de los
conquistadores Fustat (El Cairo).
Curiosidades y anécdotas
En la literatura apócrifa judía existe un libro que lleva el título de Cartas de Aristeas a su hermano Filócrates,
que se supone escrito entre los años 127 a 118 adC. En esta obra se
narra un hecho histórico: En el reinado de Ptolomeo II (285-247 adC)
trabajaba en el Museo un bibliotecario llamado Demetrio de Falero (o
Falerio), un entusiasta de la biblioteca que luchó toda su vida por su
engrandecimiento. Demetrio rogó al rey que pidiera por medios
diplomáticos a la ciudad de Jerusalén el libro de la Ley judía y que
también hiciera venir a Alejandría a unos cuantos traductores para
traducir al griego los cinco volúmenes de dicho texto hebreo de la Torá
(llamado después de la traducción Pentateuco, en griego), es decir los
cinco primeros libros del Antiguo Testamento. Eleazar, el sacerdote de
Jerusalén, envió a Alejandría a 72 sabios traductores que se recluyeron
en la isla de Faros (frente a Alejandría) para hacer el trabajo, se dice
que en 72 días. Se considera que esta fue la primera traducción de la
historia, a la que se llamó Septuaginta o Biblia de los Setenta o de los
LXX, porque redondearon el número de 72 traductores a 70.
En otra ocasión, Demetrio de Falero (que además era un gran viajero),
estando en Grecia, convenció a los atenienses para que enviasen a
Alejandría los manuscritos de Esquilo (que estaban depositados en el
archivo del teatro de Dionisos, en la ciudad de Atenas), para ser
copiados. Cuando se hacía una petición como ésta, la costumbre era
depositar una elevada cantidad de dinero hasta la devolución de los
textos. Los manuscritos llegaron al Museo, se hicieron las copias
correctamente, pero no volvieron a su lugar de origen, sino que lo que
se devolvió fueron las copias realizadas en la biblioteca. De esta
manera Ptolomeo Filadelfo perdió la gran suma del depósito cedido, pero
prefirió quedarse para su biblioteca el tesoro que suponían los
manuscritos.
En el Concilio de Nicea (año 325) se decidió que la fecha para la
Pascua de la Resurrección fuera calculada en Alejandría, pues por aquel
entonces el Museo de esta ciudad era considerado como el centro
astronómico más importante. Después de muchos estudios resultó una labor
imposible; los conocimientos para poderlo llevar a cabo no eran todavía
suficientes. El principal problema era la diferencia de días, llamada spacta,
entre el año solar y el año lunar además de la diferencia que había
entre el año astronómico y el año del calendario juliano, que era el que
estaba en uso.
La biblioteca completa del filósofo Aristóteles, su obra y sus libros
se custodiaban en este lugar. Algunos autores creen que la compró
Ptolomeo II. Todo se perdió. Había también veinte versiones diferentes
de la Odisea, la obra La esfera y el movimiento de Autólico de Pitano, Los Elementos de Hipócrates de Quíos y tantas obras de las que no se conserva más que el nombre y el recuerdo.
En Alejandría las copias se hacían siempre en papiro y además se
exportaba este material a diversas regiones. La ciudad de Pérgamo era
una de las que más utilizaba el papiro, hasta que los reyes de Egipto
decidieron no exportar más para tener ellos en exclusiva dicho material
para sus copias. En Pérgamo empezaron a utilizar entonces el pergamino,
conocido desde muchos siglos atrás, pero que se había sustituido por el
papiro por ser este último más barato y fácil de conseguir.
Los papiros jamás se plegaban: se enrollaban. Las primeras obras se presentaban en rollos (volumen en
latín). Cada volumen estaba formado por hojas de papiro unidas unas a
otras formando una banda que se enrollaba sobre un cilindro de madera.
Los textos estaban escritos en columnas, en idioma griego o demótico,
con tinta amarilla diluida en mirra. Los escribas utilizaban un solo
lado y escribían con una caña afilada, el cálamo. Los rollos etiquetados, estaban colocados en cajas que se depositaban en el interior de armarios murales (armaria),
ordenados por materias: textos literarios, filosóficos, científicos y
técnicos. Posteriormente, se hizo según el orden alfabético de los
nombres de autores.
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