Foto aérea de las líneas Imagen: Il Ramo d’Oro
Así como en Perú las Líneas de Nazca han pasado de ser un mero
monumento arqueológico para convertirse en un importante atractivo
turístico complementario de Cuzco o Machu Picchu y dinamizador económico
de la región, sus homólogas bolivianas todavía permanecen en un
semi-anonimato incapaz de acercarse al poder de sugestión del Salar de
Uyuni, el lago Titicaca o cualquier otro de los rincones de ese bello
país andino.
Porque, en efecto, en Bolivía hay algo parecido a lo de Nazca: las Líneas de Sajama.
Se trata de una densa red de geoglifos que se extiende por una enorme superficie quince veces mayor que la peruana:
22.525 kilómetros cuadrados del altiplano, en el extremo occidental
nacional, en las inmediaciones del Nevado Sajama que le da nombre.
El Sajama, techo del país con 6.542 metros de altitud, es un
estrato-volcán extinguido que se yergue en el departamento de Oruro, a
centenar y medio de kilómetros de La Paz.
La diferencia fundamental de sus líneas con las de Nazca está en que
parte de éstas forman dibujos que ya se han hecho populares, como las
que representan animales (mono, araña, colibrí…) o incluso una figura
antropomorfa, junto a otras muchas estrictamente geométricas y rectas;
en cambio, las bolivianas se enmarcan exclusivamente en ese último tipo.
El Nevado Sajama Foto: Léo Gellec en Wikimedia Commons
Cada línea constituye una especie de camino de un ancho entre 1 y 3 metros, siendo las más largas de unos 20 kilómetros.
La técnica de construcción es similar a la de Nazca: eliminando la
vegetación (se trata de una zona boscosa) y raspando la oscura
superficie del suelo -básicamente roca oxidada- para dejar expuesta la
siguiente capa, de un tono más claro.
Las irregularidades del terreno y los obstáculos naturales propios de
la orografía de esa zona se unen a la falta de perspectiva para
dificultar la observación del desarrollo lineal, pero desde el aire o
desde algunas montañas del entorno se obtienen vistas claras e
impresionantes.
El pueblo responsable de esa magna obra fue el aymara, que se supone
realizó las obras hace tres milenios si bien actualmente hay una
población escasa.
Sin embargo, las Líneas de Sajama estuvieron en el anonimato hasta
que Aimé Félix Tschiffely, un viajero suizo nacionalizado argentino,
hizo la primera referencia en su libro Paseo de Tschiffely, publicado en
1932 y en el que narraba el periplo que protagonizó a caballo desde
Buenos Aires hasta Nueva York entre 1925 y 1928.
Curiosamente quien primero estudió el lugar fue otro suizo, el
antropólogo y etnólogo Alfred Métraux, que en 1939 se hallaba trabajando
en Bolivia con una beca de la Fundación Guggenheim.
Su labor fue limitada por el escaso tiempo de estancia, aunque
décadas después volvería a Sudamérica para centrar su interés en
aymaras, chipayas y quechuas.
Plano general de la red de líneas Imagen: Universidad de Pensilvania
Es decir, las Líneas de Sajama continuaron en un segundo plano del
que no han salido todavía, a pesar de que se han ido sucediendo otras
investigaciones.
En los años setenta el cineasta Tony Morrison rodó un documental y
escribió algunos libros sobre el tema, siendo el primero en sugerir la
relación de las líneas con las cumbres de los alrededores integrando una
especie de complejo de peregrinación.
La teoría de algunos investigadores bolivianos se orienta a
relacionar parte de las líneas con necrópolis prehispanas, mientras
otros expertos lo hacen con importantes centros espirituales
sudamericanos (Tihuanaco, Isla del Sol…) o les confieren un significado
astronómico.
Hace unos años se llevó a cabo un nuevo estudio denominado Tierra
Sajama Project, fruto de la colaboración entre la Universidad de
Pensilvania y la Fundación Landmarks (una entidad neoyorquina sin ánimo
de lucro dedicada a la conservación de lugares sagrados de todo el
mundo).
Utilizando la más moderna tecnología, como el sistema por satélite
SIG y otros medios cartográficos digitales, levantaron un mapa
tridimensional del conjunto de líneas y otras estructuras asociadas con
vistas no sólo a intentar ampliar la información de manera que se
obtuviera una visión de conjunto, sino también a favorecer su adecuada
protección de cara a una posible y probable explotación turística sin
riesgo en un futuro, elaborando un plan de gestión para preservarlas de
problemas tanto naturales (erosión, degradación) como humanos
(vandalismo, masificación).
El proyecto incluía una base de datos bastante completa, referentes a
vegetación, orografía circundante, poblaciones, huacas, etc.
Imagen: Universidad de Pensilvania
Gracias al Tierra Sajama Project algunos científicos consideran que
las líneas convergen en puntos concretos (o parten de ellos) en grupos
que van de tres a una decena lo que, combinado con otros factores (como
las asociaciones antes indicadas), lleva a pensar que su construcción
tenía un motivo espiritual o religioso.
El trabajo estadounidense, no obstante, fue duramente criticado e
incluso rechazado en su parte histórica por arqueólogos profesionales al
considerarlo superficial (los autores se defendieron diciendo que la
prensa lo había magnificado).
De hecho, muchos atribuyen a parte de las líneas un origen más
reciente, probablemente colonial, como meras vías de comunicación.
Entretanto, hoy los aymara siguen usándolas simplemente así, como
caminos para desplazarse; ellos los llaman ceques.
Y es que el que podría considerarse como sitio arqueológico más
grande de los Andes aún se muestra esquivo y todavía guarda muchos de
sus secretos.
Fuente: Biblioteca Pleyades
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