Louis Cattiaux aparece fotografiado pintando en su casa-taller, un espacio situado en una planta baja de la plaza de Santa Clotilde, en pleno centro de París. Emmanuel d’Hooghvorst lo describió como sigue: “Su minúsculo taller de pintura, mágicamente decorado, parecía encerrar el universo entero. Allí se respiraba el perfume de algún jardín de Edén guardado muy interiormente; y uno volvía con frecuencia, sin saber demasiado por qué, quizá sencillamente imantado por el calor. Pues lo que emanaba de este hombre era un calor nunca alcanzado, totalmente distinto de la simple cordialidad, y también como el presentimiento de un secreto inmenso, vivo, pero celosamente guardado, como el pez filosófico que nada en aguas profundas. Vivía cándidamente, con sobriedad, con pobreza según los hombres, alegre y feliz como un niño y como tal, sin malicia.” En el pequeño escritorio que aparece en primer plano escribió su obra más importante: El Mensaje Reencontrado donde condensó sus experiencias herméticas. Imagen: Fotografía de Louis Cattiaux
Contemporáneo de los surrealistas, Cattiaux compartió con ellos la búsqueda de los mundos ocultos. Pero, más que de surrealista su pintura debería calificarse de visionaria. En sus telas vive un universo extraño e irreal, muy distinto del que puede contemplarse con los ojos exteriores. Algo parecido con lo que sucede con la tela de Magritte, en la que el día y la noche comparten una misma dimensión espacial y temporal. Imagen: René Magritte, “Empire-of-light”, 1930. Interior de la casa-estudio de Cattiaux, en París.
El surrealismo abrió las puertas del arte hacia las zonas más oscuras del espíritu humano, pero, tras atravesar este umbral, la mayoría de los artistas de la época sólo supieron indagar en las profundidades de su propio psiquismo. Muy pocos alcanzaron a distinguir la luz del espíritu germinando en medio de las tinieblas y la oscuridad. Sin embargo, la gran aventura surrealista hubiera debido continuar su viaje al reino del más allá descrito en el Libro de los muertos egipcio, atravesar la noche del ser y salir de nuevo a la luz del día. Pero no fue eso lo que se logró, por eso, Cattiaux escribió respecto a los pintores surrealistas: “han utilizado el engaño y parecen inspirarse en las escenas de locura de la cámara subterránea de la Gran Pirámide”. Imagen: Fresco egipcio con escenas del “Libro de los muertos”, o, según la traducción literal: “El libro para salir a la luz del día”.
Para acceder a los mundos ocultos tras lo visible es necesario recibir la visita del ángel de la muerte que separa los espíritus de sus cuerpos. Pico de la Mirándola en una de sus Conclusiones describe esta visita: “El modo como las almas racionales son sacrificadas a Dios por el arcángel [modo que los cabalistas no explican], no es otra cosa que la separación del alma del cuerpo, y sólo accidentalmente el cuerpo del alma, como ocurre en la muerte del beso, acerca de la cual se ha escrito: (Sal. 116, 15) Preciosa en la presencia del Señor es la muerte de los santos”. Gracias a esta separación el visionario se introduce conscientemente en los dominios de Diana, la diosa de la noche y de la magia. Imagen: Louis Cattiaux, “El ángel de la muerte”, (c. 1947). Miniatura etíope, s. XIX.
En la recreación realizada por Cattiaux del “Sueño de santa Úrsula”, lienzo realizado por Carpaccio en 1495, pueden verse unos elementos nuevos. Destaca sobre todo la figura oscura que se encuentra a la izquierda de la escena y que podría identificarse con el ángel de la relación anterior, sobre la durmiente aparece una espiral indicado la salida del alma para buscar la luz que le presenta el ángel que se halla a la derecha de la imagen. Imagen: Carpaccio, “El sueño de santa Úrsula”, 1495. Louis Cattiaux, “La anunciación”, no datado.
Los artistas visionarios que han atravesado el reino de la oscuridad contemplan los lugares ocultos del ser, allí donde se confrontan las luces y habitan personajes secretos y distintos. Su visión alcanza el lugar de lo invisible y pueden ver el cielo interior iluminado por unos astros de los que nunca han oído hablar quienes sólo disponen de sus sentidos exteriores. Imagen: Louis Cattiaux, “La confrontación de las luces”, 1951.
Uno de esos astros que ilumina el cielo interior, es el sol de medianoche, que en ocasiones emerge del gran mar del mundo del que tanto hablan los alquimistas. En los escritos platónicos a este mar se le llamaría el Alma del mundo, origen y mantenedora de toda la vida, pero invisible a los ojos profanos. Imagen: Louis Cattiaux, “Las tres sombras”, no datado.
En la tradición popular, a este sol oscuro se le ha representado como el Gran Cabrón, quien, con su cuerno luminoso iluminaba el aquelarre, lugar de lo invisible y reminiscencia de los antiguos misterios. Hasta allí llegaban las brujas mediante sus poderes secretos. Imagen: Francisco de Goya, “El aquelarre”, 1823-24.
Del caos tenebroso, simbolizado por los misterios de la noche, surge la luz virginal, o la nueva creación. Algunos alquimistas la llamaron su materia prima, una materia en la que se engendra el fruto glorioso cuya luz iluminará al mundo entero. En esta pintura de Cattiaux, titulada Maria paritura, aparece a la derecha de la imagen y tras la sombra de un hombre viejo que surge de las profundidades, una realidad luminosa representada por la Virgen y el Niño. La escena está presidida por el Sol de medianoche flanqueado por los ángeles que le rinden homenaje. Imagen: Louis Cattiaux, “Maria paritura”, no datado.
Dos páginas iluminadas de un manuscrito alquímico alemán del s. XV, llamado Splendor Solis. En la primera aparece la reproducción del sol de medianoche, en la segunda el sol negro. En ambos casos se trata de la salida del alma a la luz del día, o del nacimiento de la “nueva luz química”, enterrada hasta entonces en la oscuridad de la nada y que da título a un famoso tratado del Cosmopolita. Imagen: “Splendor solis”, láminas XXIV y XXVII, Alemania, s. XV.
En la obra de Cattiaux se encuentran continuas referencias a la alquimia que él denominó “el antiguo arte real de los sabios”. Se trata de un arte que, al igual que la pintura de Cattiaux, revela pero también esconde su materia: el don del cielo. Los alquimistas explican él es el que proporciona el conocimiento de su Mercurio. En esta tela aparece representado entre su padre y su madre, el Sol y la Luna, tal y como está dicho en la famosa Tabla esmeralda. En la mano sostiene la piedra filosofal. Imagen: Louis Cattiaux, “Mercurio campestre”, 1947.
En El Mensaje Reencontrado, Cattiaux escribió lo siguiente respecto a la Virgen negra: “No es la virgen negra la primera y más misteriosa de todas las madres? ¿No es a ella a quien Dios ha mirado amorosamente desde el comienzo? ¿No es ella quien ha alumbrado la luz que ilumina el mundo?” Simbólicamente la virgen negra representa el lugar y el resultado de la primera conjunción entre el cielo y la tierra. De ella crecerá el árbol luminoso que producirá el fruto dorado, tal como aparece representado en la miniatura alquímica que aparece a la derecha. Imagen: Louis Cattiaux, “La Virgen negra”, 1951. Ilustración miniada, “Domun Dei”, s. XVII.
Según escribió Cattiaux, la obra de arte debería ser una creación mágica y en este sentido cabe señalar la larga tradición de retratos mágicos que el arte ha producido a lo largo de los siglos y que estaban destinados a proteger a sus poseedores. Oscar Wilde supo de tales procedimientos y los usó como tema de su novela El retrato de Dorian Grey. Cattiaux recuperó la tradición y pintó varios retratos mágicos que imponen por el sentimiento de “presencia” que desprenden. Imagen: Louis Cattiaux. “Autorretrato”, pintado para ilustrar la primera edición de “El Mensaje Reencontrado”. Imagen de un oni, bronce africano, s. XV.
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